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Alcohol y conducción

Tengo un amigo con una curiosa percepción de la seguridad vial. Para él, todo conductor que le adelante supone un peligro para la seguridad porque conduce demasiado deprisa. No importa que él mismo esté superando el límite legal (si sólo es un poco no es peligroso, dice) o si circula muy despacio. Ahora bien, si los demás lo superan y, además, le pasan, entonces están haciendo locuras. Tampoco tiene problemas en conducir después de haber bebido porque “voy muy despacito y con mucho cuidado”, así es que, aunque haya aprovechado de los floreros tanto el agua para beber como la hierba para fumar, puede estar tranquilo, nunca corre cuando no va bien.


Desconozco si el hecho de haber insistido siempre desde prácticamente todos los estamentos sobre el aspecto de la velocidad ha podido tener un efecto pernicioso para otras actuaciones negativas al volante, aunque mucho me temo que así puede ser. Si todo el mundo piensa como mi amigo, bastará con circular muy despacito para evitar que nos ocurra algo al volante. No importa la ingesta de alcohol, no importa si llevamos cinturón de seguridad, no importa si no prestamos ninguna atención a la conducción o si no sabemos utilizar los elementos que nuestro coche pone a nuestra disposición, si vamos despacito no puede pasarnos nada.

Errónea percepción
Amigo, nada más lejos de la realidad. Precisamente, y considerando el aspecto del alcohol, el conducir con unas copas de más altera la percepción al volante, pudiendo por tanto estar conduciendo a mayor velocidad de la deseada sin ser siquiera conscientes de ello. También los medios de comunicación debemos ser más estrictos y profesionales respecto a los problemas reales del tráfico, pues muchas veces podemos escuchar en las noticias algo como “en el accidente, producido por exceso de velocidad, se vieron involucrados dos conductores. Ambos dieron positivo en el control de alcoholemia”. Estimados compañeros, en estos casos el alcohol es la causa del accidente, porque toda velocidad resulta excesiva cuando las aptitudes del conductor no son las adecuadas, y éstas nunca lo son cuando se conduce con unas copas de más.


De entre todas las posibles situaciones que se me ocurre que pueda estar pasando un conductor, la combinación entre bebida (o drogas) y conducción es, sin duda, la más peligrosa. Sin embargo, no conozco a nadie que, sin ser abstemio, no haya conducido en alguna ocasión después de haber tomado una o varias copas. Le quitamos importancia, decimos que no pasa nada, creemos que sólo son unos pocos kilómetros… y sólo estamos engañándonos a nosotros mismos. El alcohol genera un estado mental que desinhibe al conductor y le lleva a tener apreciaciones muy diferentes de las que tendría en un estado normal.


Intentando encontrar en mi memoria recuerdos de situaciones en las que haya evitado mezclar alcohol y conducción me he dado de bruces con momentos en los que cometí el error de creer que todo estaba bajo control. Yo, como muchos otros conductores, me he pensado en más de una ocasión que no pasaba nada, que estaba en perfectas condiciones para conducir, que podía arrancar el coche sin problemas y circular varios kilómetros hasta mi casa con total seguridad. Ni siquiera puedo decir en mi defensa que me haya pasado sólo una vez, y sin embargo sé que dicho error se comete demasiadas veces aunque se incurra en el mismo en una única ocasión. Lo reconozco, soy culpable, he conducido bajo los efectos del alcohol. Pero, además de culpable, soy muy afortunado. He salido ileso de un accidente de tráfico producido por mezclar alcohol y conducción, y desde que me pasó he sido mucho más responsable a la hora de ponerme al volante.

Celebrando las vacaciones
Éramos un grupo de jóvenes que estaba celebrando las vacaciones de Semana Santa. Paseábamos por Madrid con la ilusión de quienes saben que les esperan varios días libres y muchos planes para divertirse, así es que decidimos irnos de cañas para brindar por eso y por cualquier otra cosa que nos pusieran por delante. La primera intención no había sido ésa, pues había llevado mi coche y no pretendía beber pero ¡qué narices! no iba a ser yo quien se quedara fuera de la fiesta.


La primera ronda por las vacaciones llevó a la segunda por estar de fiesta, que llevó a la tercera por el cumpleaños de un amigo, que llevó a la cuarta por estar juntos, que llevó a la quinta por la amistad, que llevó a la sexta por cualquier otro motivo, que llevó a la séptima… Y el grupo se disgregó. No es que lo pretendiéramos, pero en un momento dado nos despistamos y ya no sabíamos dónde estaban unos y dónde estaban otros.


Me quedé con una amiga. ¡Ahí es nada, una amiga! y no sabéis cómo estaba la chica; alta, guapa, simpática… y estábamos solos, todos los demás se habían ido y no sabíamos siquiera donde estaban. Claro, en aquellos tiempos no había teléfonos móviles (no, ni de broma voy a deciros mi edad y sí, soy así de mayor) así es que tendríamos que buscarles por los alrededores o buscar la fiesta por nuestra cuenta. La alternativa, al menos para mí, estaba clara: nos quedábamos solos.


Con el estado propio de la desinhibición causado por el exceso de alcohol así como por la alegría de contar con tan buena compañía, decidí proponer otro sitio algo más alejado en el que tomarnos “la penúltima”. Mi amiga accedió, y ambos nos dirigimos a mi coche con la mayor naturalidad para realizar el trayecto. Ni siquiera nos planteamos que habíamos bebido mucho.


Yo al volante, mi amiga a mi lado, la ciudad para nosotros y la noche de Madrid como destino ¿Qué más se podía pedir? Por supuesto, yo pensaba que era un buen conductor. ¡Qué digo bueno, excelente! Y así se lo iba a demostrar a mi acompañante. Primera a fondo, segunda rápido, tercera… frenada a medias, reducción a segunda, curva a derechas… “seguro que piensa que soy el mejor conductor con el que ha viajado nunca”. Callejeamos y dejamos detrás a todo ese tráfico de lentos conductores "que no saben ni hacia dónde van".

Aumentando la “prudencia”
Comienza una ligera lluvia pero yo sé lo que me hago. Reduzco un poco la velocidad y conduzco con mayor prudencia, al fin y al cabo, soy un experto conductor. Sigo evitando a esos lentos conductores que no tienen ni idea de cómo manejar un volante, miro a mi compañera y suelto chascarrillos con total naturalidad, el coche responde a la perfección. Evito a un coche demasiado lento, acelero y… ¡demonios! ¿De dónde ha salido ese taxi? Freno demasiado, el coche no tiene ABS, el conductor (yo) no tiene el control, las ruedas patinan, el volante no responde….


Cuando quiero darme cuenta estoy empotrado con el coche de delante. Menos mal que al menos llevábamos el cinturón de seguridad. Mi amiga quiere dejar de serlo cuando nota que estoy más preocupado por el coche que por ella, tiene razón al mosquearse. He dado tan fuerte contra el taxi que prácticamente lo he dejado sin maletero. No circulaba a mucha velocidad, probablemente ni siquiera superaba el límite, pero el límite legal estaba por encima de las circunstancias climáticas y, sobre todo, de las circunstancias del conductor (o sea, yo)
Sentados en el coche y mientras intentamos ser conscientes de lo que ha ocurrido se acerca un chico a mi ventana.


-¿Estás loco? mi chica y yo íbamos en el taxi y casi nos desnucamos ¿Es que no te has dado cuenta que estaba el semáforo en rojo? ¿Acaso no nos has visto?
En esos momentos no sé qué contestar, me quedo mirándole como quien está viendo una película que no va con él. Me quedo mudo, se enfada más. Después contesté. Sé lo que le contesté, pero no lo voy a escribir porque ya me odio yo lo suficiente por aquello como para que también vosotros sepáis la clase de estúpido que estaba al volante de mi coche aquella noche. Sin embargo sí os diré una cosa, si yo soy aquel chico y me encuentro con un conductor bebido que ha estado a punto de hacerme mucho daño a mí y a mi novia, seguro que no tengo la santa paciencia que tuvo ese buen chaval.

Arrepentimiento tardío
Al día siguiente pude comprender al ver mi coche la enorme suerte que tuve yo y que tuvieron los demás. No le pasó nada a nadie, pero sólo fue por casualidad. El taxista fue incluso muy comprensivo (para que luego digan) y me decía que no me preocupara, que sólo eran coches y que había que alegrarse porque no teníamos que lamentar desgracias personales.


Sé que fui culpable, sé que jamás debería haber cogido el coche en aquellas circunstancias. Sé que beber y conducir es una combinación peligrosa, pero ojalá y pudiera decir que siempre he sabido todo eso y que nunca he conducido con una copa de más. Tengo la suerte de poder arrepentirme de lo que ocurrió y alegrarme al mismo tiempo por lo que no ocurrió. No quiero volver a tentar a la suerte y espero que vosotros podáis aprender de mi error. Disfrutad de vuestras amistades, celebrad las fiestas, alegraros de compartir una copa con quienes más queréis y, sobre todo, acordaros siempre de dejar el coche en casa o de ir siempre con alguien que no beba. Basta con un culpable para que paguen varios inocentes así es que, por esta vez y para siempre, seamos de verdad responsables.

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