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Descontrol, excusas y San ESP

Recuerdo perfectamente una de las primeras presentaciones a las que acudí para ver un nuevo Mercedes-Benz cuando comencé en esto del periodismo del motor en Autovía. Aunque había pasado unos tres años probando furgonetas en Transporte Mundial y dos años como responsable de producto en una marca, las novedades tecnológicas de los vehículos del año 2000 no me eran del todo conocidas y, además, contaba con mucha menor pericia de la que mi atrevida imaginación me hacía creer. 
 
Mercedes Benz Clase E AMG

El destino quiso que la presentación fuera de uno de esos primeros vehículos que contaba ya con el que decían era un sistema tremendamente eficaz: el control de estabilidad. Se trataba del Mercedes-Benz C Class (más conocido como Clase C) que había recibido un restyling y contaba, como siempre, con propulsión a las ruedas traseras. El periodista Paco del Brío tuvo la suerte (mala suerte) de ser mi pareja en aquella ocasión. Desconozco el lugar en el que se desarrollaba la prueba y el motor que tuvimos a bien escoger para realizarla pero yo, cual pardillo intrépido, ignorante e irresponsable decidí que era más que capaz de extraer el potencial del vehículo en cuestión, lo que estuve haciendo durante algunos kilómetros con "absoluta seguridad" hasta que, en un momento dado, y 100% culpa del conductor, la trasera pegó un trallazo descomunal que terminó siendo reprimida por el control de estabilidad.

Blanco como la patena, asustado cual pollo frente a cuchillo carnicero, y herido en el orgullo como quien se muestra desnudo frente al resto del mundo, ni que decir tiene que mis primeras palabras fueron destinadas a desautorizar la actuación de aquel ridículo sistema que, sin lugar a dudas, había actuado erróneamente provocando una situación de riesgo inaceptable. Paco del Brío, experimentado y tranquilo, tuvo la santa paciencia de darme la razón como a los tontos y la sensatez de no volver a montar jamás conmigo en una presentación. Muchos años de experiencia más tarde, con varios cursos de conducción a cuestas, algunas carreras en circuito, cientos de vehículos probados y muchas otras situaciones comprometidas, comprendo a día de hoy la suerte que tuve en aquel entonces de contar con un sistema que, seguro, evitó un accidente que yo habría provocado. 
 
 


Sí, hoy me gusta conducir coches en zonas seguras y quitándoles el control de estabilidad, pero cuando lo hago sé que estoy corriendo un riesgo infinitamente mayor que si permitiera la actuación de estos sistemas de seguridad activa que han salvado muchas más vidas (y me juego el cuello en esto) que los límites de velocidad genéricos. Hacer que un coche se vaya de atrás y controlar esa circunstancia es algo difícilmente explicable, pero hacerlo sin conocimiento, sin las correspondientes medidas de seguridad o en carreteras con tráfico es una temeridad y una irresponsabilidad. Y todo esto viene porque hoy me he encontrado con un post escrito por uno de esos amigos a los que envidio profundamente por las manos que tienen al volante; Víctor Fernández, que muy elocuentemente y con toda la razón se titula conducción sin controles = conducción descontrolada.
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