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El Salón de París al que no debí acudir

Imaginad que váis a un viaje de trabajo que dura una semana. Hacéis el trayecto en avión y, para llegar al destino, tenéis que hacer una escala. Imaginad que el primer avión se retrasa y que os impide coger el segundo. Estáis en Amsterdam, con un colega de profesión, sin vuestra maleta -que, al menos en teoría, ha seguido hasta el destino final-. Hacéis entonces una cola para decir que, efectivamente, habéis perdido el avión. Hacéis otra cola para que os cambien el billete del siguiente destino y, como dicho billete es para el día siguiene, hacéis una tercera cola para que os proporcionen alojamiento hasta la salida de vuestro nuevo vuelo.


 

Yo no tengo que imaginarlo, fue lo que viví la pasada semana cuando, antes del Salón de París, fui "exclusivo" invitado de Saab a una conferencia de prensa en la que nos darían un bombazo informativo: Saab y BMW firmaban un acuerdo para que esta última proporcionara motores a la Marca sueca. Estando ya tirados en Amsterdam mi colega y yo nos enteramos que el "bombazo" ya no es tal, la noticia había sido desvelada antes de tiempo.

Con gran profesionalidad, es decir, con la profesionalidad que te permiten el cansancio y la decepción, los dos periodistas nos trasladamos en autobús al hotel indicado por la compañía aérea donde ¿os imagináis? efectivamente, hicimos una nueva cola para recibir habitación. Al día siguiente, con ánimos renovados, nos trasladamos al aeropuerto para tomar el avión que nos llevaría a Suecia. Llegamos más tarde de lo previsto, acudimos a por los equipajes, y mi maleta decidió que aquél no era su destino. Una vez puesta la reclamación, la maleta de mi compañero -que no la mía-, mi compañero y yo mismo, fuimos trasladados en coche a la sede de Saab para, casi de inmediato, tomar un vuelo charter con dirección a París.

No podía pasar nada más... o no debería, porque en el vuelo tuve la oportunidad de entrevistar a Victor Muller, responsable de la compra de Saab y gerente de Spyker. Eso de tener oportunidades así ocurre muy de tanto en cuanto, y disfruté enormemente con nuestra charla. Eso sí, cuando terminé la entrevista y me disponía a ceder mi sitio a otro colega periodista, realicé una maniobra tipo "Míster Bean" y me tiré encima el café que Victor Muller acababa de pedirse. Espero que le guste cómo quedó la entrevista, porque estoy seguro que uno de los gerentes mundiales del mundo de la automoción continúa pensando que aquel día le entrevistó un auténtico patoso.

Al llegar a París y con menos de 12 horas de margen hasta la apertura del Salón mi anfitrión y amigo Francisco Aparició, de comunicación de Opel, me acompañó a comprar ropa y un cargador de portátil porque, como no podía ser de otro modo, mi cargador seguía bien guardadito en una maleta que viajaba por toda Europa. Portátil nuevo, Mac para más señas, y en París no había cargadores por ningún sitio. La ropa fue más sencilla, aunque como no había tiempo para elegir hubimos de acudir a la tienda más cercana y menos onerosa, con todo y con eso el pequeño cubículo de apenas ocho metros cuadrados en el que me atendieron aumentó su facturación diaria en 280 euros. Una camisa, un pantalón, un polo, dos calconcillos y dos pares de calcetines fueron los responsables del agujero en mi cuenta corriente... y estamos a primeros de mes.

Lo sé, parece gracioso e, incluso, podría haberlo sido, pero justo cuando más necesitaba trabajar he estado una semana prácticamente inhábil, perdido en Amsterdam, sin ropa, agotado de hacer colas y de viajar pero sin encender un ordenador, pidiendo favores a todo el mundo (en Barajas tenía un Nissan Pathfinder del que Eduardo, responsable de prensa, me dejó una copia de las llaves porque las mías estaban en la maleta perdida. Eduardo tuvo que acercarse hasta Barajas a mediodía para que yo pudiera volver a casa) Afortunadamente, tuve el buen criterio de decir que la maleta me la enviaran a casa si la encontraban, y allí fue a parar el viernes por la tarde, intacta, después de haber hecho innecesaria escala en Rotterdam. Todavía a día de hoy tengo cierto resquemor al contarlo pero, como sé que el tiempo todo lo cura o, más concretamente, todo lo borra, he querido dejar constancia de mi peripecia para que nunca se me olvide. Vosotros podéis reiros, pero yo siempre recordaré este Salón de París 2010 como el viaje al que nunca debí haber ido.

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