Tal y como se están poniendo las leyes españolas respecto al tráfico, no me queda más remedio que reconocer mis delitos. Soy un asesino o, al menos, soy un asesino en potencia. Si fuera creyente tendría que decir: perdóname, Señor, porque he pecado. Siendo español he de confesar; deténme Guardia Civil, porque he circulado por encima de 200 km/h.
Lo peor es que no ha sido una, ni dos, ni tres, ni diez, sino, probablemente, más de cien veces. He conducido coches de elevada potencia y los he llevado más allá de los guarismos prohibidos. Me he dejado llevar por la tentación. Lo siento, señor Guardia Civil, a día de hoy todavía no he visto la luz de la salvación. A día de hoy todavía debo decir que, siempre que puedo, llevo los coches hasta sus límites.
¿Soy un asesino? Pues, si no explico nada más, hasta yo mismo podría llegar a pensar de mí que soy, al menos, un trastornado, pero no lo soy. Me dedico a los automóviles de manera profesional y por ello, semana sí, semana también, me toca viajar a algún lugar del mundo a ver las novedades de una u otra Marca. A veces en carreteras abiertas, a veces en circuitos. En el de Ascari tuve la oportunidad de probar el M3, y sin duda alguna superé los 200 km/h. Y la pasada semana tuve la oportunidad de probar el que se sitúa como rival directo del M3, el Mercedes Benz C63 AMG.
Sí, ese automóvil con 6,3 litros de cubicaje, con sus ocho cilindros en V a 90º (fundamental para guardar un buen equilibrio de funcionamiento), ese potente bicho de 467 CV de potencia que sólo impulsan a las ruedas posteriores. La pasada semana tuve uno entre mis manos. Sé que soy un asesino porque ya hace tiempo que el director de la DGT nos dijo que así consideraba a quienes circulaban por encima de 200 km/h, y yo lo hice. Puse el cambio automático en posición manual sport, mantuve un momento la mirada fija en el horizonte, comprobé que no había nadie en muchos kilómetros y, entonces, no pude resistirme, hundí el pie derecho hasta el fondo, el motor rugía con fuerza, la fuerza de la mecánica nos pegaba al asiento, el cambio automático pasaba rápidamente de una a otra marcha para extraer todo el potencial interior y, en mucho menos tiempo del que había calculado, la aguja del velocímetro se situaba en los 250 km/h. No sólo soy un asesino, es que además soy 50 km/h peor que los asesinos habituales.
Pero incluso si hubiera habido un coche de la policía a mi lado no me hubiera detenido... porque estaba en una autopista alemana en una zona sin límite de velocidad. Curioso, allí no era más que otro enamorado de los automóviles que aprovecha la buena realización de una carretera para disfrutar un momento de todo el potencial de su vehículo. Aquí soy un asesino al que podrían meter en la cárcel por realizar una actividad que -por fin lo han conseguido- se ha convertido en delictiva. La velocidad en sí misma, aunque ellos nunca lleguen a enterarse, no es un peligro, el peligro son las situaciones generadas por actitudes y aptitudes peligrosas para uno mismo y para los demás. Lo sé, es muy difícil conocer todas las circunstancias que rodean a un accidente de tráfico, pero parece una barbaridad que ahora sea más fácil detener a un conductor que a un ladrón. El ladrón, para entrar en la cárcel, tiene que reincidir y, además, tiene que robar por encima de determinado importe. El conductor también, pero no tiene los mismos derechos, porque un conductor que circula por encima de los límites es culpable. Punto.
Soy un asesino, pero seguiré escribiendo para convencer al resto de conductores de lo imprescindible del uso del cinturón de seguridad, para criticar esas noticias que hablan de un conductor borracho que iba a una velocidad exagerada y dan como culpable a esta última -señores, quien va borracho y conduce es un peligro independientemente de la velocidad-, para contar a quien quiera escucharme que al comprar un coche es más importante invertir en seguridad que en estética.
Y seguiré siendo políticamente incorrecto porque no es correcto decir que uno ha cometido fallos en su vida. Los políticos, al menos los que legislan sobre el tráfico, jamás han superado los límites de velocidad (aunque lleguen tarde a una reunión y los motoristas de la guardia civil se empeñen en abrirles paso), siempre se ponen el cinturón (no hay más que verlos en los telediarios), y cumplen escrupulosamente con la prohibición de aparcar en doble fila (que lo hagan sus chóferes en sus coches oficiales no implica que ellos sean culpables). Son sólo algunos ejemplos de ciudadanos intachables, respetuosos con el medio ambiente (los coches oficiales siempre pertenecen a la gama más baja ¿no?) y, sobre todo, políticamente correctos.
Yo soy sólo un asesino que circula por encima de 200 km/h con un automóvil de ensueño. Con demasiada cilindrada para mi gusto, pues considero que un buen coche debe saber exprimir más su motor, tal y como lo hace el M3 de BMW. El C63, además, tiene un cambio automático algo lento y no puede contar con cambio manual. Las levas se manejan en el volante y están bien posicionadas, los asientos son muy cómodos y el coche, por supuesto, es un auténtico tiro. Pero eso es algo que digo yo porque, obviamente, no soy políticamente correcto.