Estoy en la presentación del nuevo Mazda3 MPs, uno de esos compactos de nueva creación que montan un potentísimo motor de gasolina acoplado a un cambio manual con seis relaciones y transmite toda su potencia al tren delantero. Sinceramente, todavía no he tenido oportunidad de probarlo. Sinceramente, no creo que mañana pueda tampoco hacerlo a pesar de que dispondremos de una ruta de casi 200 kilómetros que nos llevará desde nuestro hotel hasta el aeropuerto de Hamburgo.
Y digo lo anterior a sabiendas de que circularemos por autopistas alemanas sin límite de velocidad y, por ello, podremos observar el velocímetro acercándose casi de manera parsimoniosa a la mágica cifra de los 250 km/h. Pero eso ya lo hemos hecho hoy. Sí, al Mazda MPS no se le mueven las pesatañas cuando el conductor presiona el pedal a fondo y consigue obtener de él una velocidad que a muchos conductores les produce ya principios de sudoración general. Pero esto no es probar un deportivo compacto.
Al menos no lo es para mí, que viví en propias carnes el esplendor de los GTI. Una época en la que el segmento de los compactos buscaba al rey de los deportivos entre modelos atmosféricos con apenas dos litros de cilindrada y potencias que sólo en el mejor de los casos llegaban, teóricamente, a los 170 CV. Es verdad que existían modelos turboalimentados con potencias superiores, pero se trataba de vehículos con cuatro ruedas motrices que se comercializaban, casi exclusivamente, para servir de base a los modelos que lucharían por el mundial de rallies.
Hablo de principios de los noventa, una época en la que nombres como Xsara GTI 16V, Peugeot 309 16V, Kadett GSI 16V o Golf GTI 16V copaban, entre otros, los sueños de los más aguerridos y deportistas conductores. También estaba el Ford Escort RS, pero su tren delantero digería mal los 132 CV que ofrecía la mecánica que, en este caso sí, era turboalimentada. En aquellos modelos el ABS era casi siempre una opción, los airbags prácticamente desconocidos, y las prestaciones teóricas suponían meros puntos de partida para unos conductores que debían exprimir a fondo sus cualidades de piloto para extraer la quintaesencia del potencial de las mecánicas.
El caso es que aquella época murió por dos motivos fundamentales: la llegada de la electrónica y el aumento de peso obligado por la seguridad y el equipamiento. Me dí cuenta algo tarde, cuando fui invitado a la presentación del Golf GTI de cuarta generación y comprobé que su peso en báscula se acercaba en exceso a la tonelada y media, el ESP no podía desconectarse completamente de ninguna de las maneras, y la experta pericia de pilotos como Luis Pérez Sala o Luis Villamil era coartada en determinadas zonas por el "conocimiento" de la electrónica -dí con ambos una vuelta al circuito Paul Ricard-. Los motores actuales han sido domesticados a base de electrónica, cualquier conductor es capaz de circular excesivamente rápido por casi cualquier carretera, y la sensación de velocidad se ha perdido prácticamente por completo. Rápidos, eficientes, incluso a veces ecológicos y, por supuesto, tremendamente más aburridos que los compactos deportivos de antaño. Así son los compactos deportivos actuales. Ningún reproche en cuanto a seguridad activa o pasiva, ningún reproche que ponerle al equipamiento, ningún reproche que hacer por los "mimos" que recibe el conductor... pero éste ya no es el protagonista; ahora el protagonismo lo tiene el coche.
Quienes no disfruten en exceso de la conducción deportiva no verán ningún reparo en todo lo anterior. Si ahora los coches son más rápidos, más cómodos, más equipados e incluso más ecológicos que antaño... perfecto!!! Mi opinión es completamente distinta. ¿Habéis subido a un kart? ¿Habéis intentado domesticar la desbandada del tren trasero de un vehículo a propulsión (tracción trasera)? ¿Os han sudado las manos al intentar bajar vuestro mejor tiempo subidos en un coche de carreras? Si habéis hecho algo de lo anterior quizás me entendáis. Todavía recuerdo con gran pena el aburrimiento que me produjo conducir el RS4 de hace unos años. Tenía 450 CV, tracción total, y una eficacia fuera de toda duda. No me importa que se hagan coches más rápidos y mejores que aquél, tuve suficiente con comprobar que su límite quedaba a años luz de mi pericia y, más importante, de la mínima lógica de conducción en carretera abierta.
Cuando vuelva a casa intentaré probar el MPS por las carreteras en las que probé modelos mucho menos potentes. Quizás me equivoque, pero me temo que me ocurrirá lo mismo que al circular con otros tantos modelos de similares características. Me encontraré con un deportivo súpereficiente, observaré perplejo que los baches no lo son tanto con sus buenas suspensiones, disfrutaré del sonido de su mecánica (conseguido en parte gracias a un mapeado específico de la inyección) y recordaré con nostalgia los tiempos en que circular rápido por carreteras de curvas requería algo más que vaciar la billetera y pisar a medio gas el acelerador de un Modelo que nos cuida como una madre. ¿Controlar una derrapada del tren trasero? Eso sólo queda para los nostálgicos... como yo.